
Te columpiás
con fuerza.
Vas y venís
arqueando
el cuerpo.
Arrastrás
tu silueta
por el cielo
y volás
al ras
del piso.
Sos energía
que busca,
en silencio,
la tensión.
Cadena
que estira
el atardecer
sobre
la memoria.
Alargás
las manos
y saltás.
Sos,
en el aire,
un dios
contento.
Un dios
de travesura.
Una
de esas
pequeñas
y extrañas cosas
en las que
se sostienen
los ángulos
agudos
de la alucinación
atorrante.

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