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Justiciero de las horas perdidas

martes, 27 de febrero de 2007

Tiempo


Un alba sangrienta.
El castillo se rompe cuando los rubíes se evaporan, gordos, en una zancadilla del tiempo.
A paso furtivo, en la biblioteca, la esperanza compra enigmas al deseo.
Una boca que abre y muestra sus armas en la mesa del fondo, de frente a la inocencia.
No hay justicia.
Tu poder termina chocando contra un cuerpo imposibilitado de soñar.
No hay justicia.
Pico que abre un surco en la desteñida aventura de la crepuscularidad.
Tu diente muerde carne enferma.
El sol es un zumbido de luz.
Una luciérnaga que te pone en aviso con un epigrama de sombras.
Sólo te asusta que los días no alcancen.
Que los labios de tu juego no besen convenientemente al tiempo.

martes, 20 de febrero de 2007

Atorrante


Te columpiás
con fuerza.
Vas y venís
arqueando
el cuerpo.
Arrastrás
tu silueta
por el cielo
y volás
al ras
del piso.
Sos energía
que busca,
en silencio,
la tensión.
Cadena
que estira
el atardecer
sobre
la memoria.
Alargás
las manos
y saltás.
Sos,
en el aire,
un dios
contento.
Un dios
de travesura.
Una
de esas
pequeñas
y extrañas cosas
en las que
se sostienen
los ángulos
agudos
de la alucinación
atorrante.

domingo, 18 de febrero de 2007

Sátiro


Yo miro las tetas de las mozas de los lugares a los que concurro munido de mi morral y boina, también les miro el culo. No sólo miro, también les hablo. Les hablo en el idioma de los estruendos. Les pido una moneda, pongo mi boina y espero que el milagro se realice. La mayor parte de estas ocasiones en que sin dudar un segundo dejo mi propina, les aclaro a esos culos y tetas esquivos que la moneda angelical que no me dieron no tiene nada que ver con esta dádiva que estiro como cualquier burguesito que no se atreverá a nada.
Pero yo me animo. Soy el sátiro de la rosa roja. Espero a esas mozas esquivas a la salida de su trabajo y en el momento menos esperado, en la parte más oscura de la calle, les salgo al cruce y les entrego mi flor.
Cuando alguna de ellas atina a decir algo, pongo un dedo en sus labios y me marcho en silencio.
Nunca más vuelvo a ese bar.

martes, 13 de febrero de 2007

Guerra


del otro lado de la red
bajo el mismo cielo
los días extremos
la introversión colectiva
las palabras a borbotones
en la garganta
el miedo
la desesperación
tibios en tu plato vacío
un barrio bombardeado
por el imperio
la sensación
de que la próxima explosión
será en tu pecho
la certeza
de que todo escape
es imposible
el amor escondido
la mirada
de tigre herido
y hambriento
un niño
junta con los ojos
de a pedacitos
recuerdos de su ciudad
arrasada
mira
por un agujero
en su techo
a la esperanza
ahorcada
con el nudo corredizo
de las naciones unidas
y cómplices

Soledad


Perder el miedo a la soledad. A enfrentar el otro silencio, los días desconocidos, las palabras que te atraviesan sin tenerte en cuenta, las miradas de desconfianza.
Aferrarte a la representación momentánea de quien sos para una comunidad extraña. Sos eso, un extraño alternando un espacio que nadie quiere compartir. Estás abriendo una puerta en un barrio difícil. Estás tratando de ser amigable con gente de este lugar tan ajeno. No exactamente amigable en el sentido práctico del término. Sino más bien poco huraño para tu medida natural.
Tratar de encontrar un aliado circunstancial, tener un ardid a medias con alguien para engañar las noches monótonas. Se trata de seguir viviendo. De empezar a corregir los rumbos, de intentar meter un señuelo en el horno de los nuevos días.
Querer saborear ese pedazo de vida crocante.